Tengo un extraña relación amor-odio con los vehículos de motor (o mejor diría con algunos de ellos) Sin embargo, mi aproximación al asunto es típicamente femenina: me interesa el exterior en detrimento de lo que se esconde bajo el capó. La linea antes que los caballos, lo accesorio antes que lo útil. Algunos de esos cacharros me fascinan y otros me dan miedo. No sé conducir ni me interesa, porque la acción impide la contemplación y el disfrute. Es decir, prefiero no ser Bob Dylan, porque el serlo me privaría del placer de ver a Bob Dylan o de escuchar sus discos...
Esos engendros mecánicos devoradores de la naturaleza representan mejor que nada el deseo de huida de esta sociedad, incluso en su más moodesta encarnación como scooter. Desde El Quijote, verdadera primer road movie de la Historia, hasta Belmondo en Al final de la escapada, desde el camión ese de mucho miedo de Spielberg hasta Thelma y Louise, hasta un tío de Llanes que conozco que un buen día se piró a Portugal en una Vespino, todo se reduce a huir...
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